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Cultura

La bailarina que volvió al Teatro Municipal 15 años después de su retiro

La bailarina que volvió al Teatro Municipal 15 años después de su retiro

Edymar Acevedo (54) bailó durante tres décadas en este teatro. Se jubiló en 2008, a los 39 años. Se dedicó a enseñar danza, pero no subió más a un escenario. Hasta el 2023, que protagonizó “Nijinska: secreto de la vanguardia”, obra que tuvo su última presentación el sábado 29 de julio. Su regreso, sorpresivo, inusual para una bailarina retirada, aún la emociona. Esta es su historia contada en primera persona.

Por: Patricio De la Paz - FOTOS: PATRICIO MELO/MUNICIPAL DE SANTIAGO | Publicado: Viernes 4 de agosto de 2023 a las 04:00
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Nací en Tomé, igual que Cecilia La Incomparable. De hecho, se conocían con mi papá, habían sido compañeros en el colegio. Se encontraban en la calle y ella de repente le decía: ‘Hola, flaco’.

Vengo de una familia pequeña: mis padres y una hermana dos años menor que yo. A mí me pusieron un nombre extraño. Mi papá y mi mamá eran un poco artistas, aunque no se dedicaran a ello, y decidieron creativamente juntar sus nombres -Edith y Mario- para inventar el mío: Edymar. Sufrí de chica por eso, me preguntaban por mi nombre, me sentía un bicho raro. 

Me acuerdo a los seis años mirar en la tele el programa Creaciones, que presentaba Jorge Dahm. Quedaba con la boca abierta con la ópera, con el ballet, con los conciertos. Entraba en estado de trance. Soñaba con estar en un teatro. 

Yo era extremadamente tímida, y mi mamá buscó algo para sacarme de eso. Así llegué a una academia chiquitita de ballet en Tomé. Era de una profesora que llegó de Concepción y arrendó una salita que en el día era un jardín infantil y en la tarde era su escuelita de ballet. Entré ahí, y otra vez sentí ese estado de trance. 

En ese tiempo escuchaba del Teatro Municipal y lo veía en los diarios. Mientras mis amigas coleccionaban láminas de cantantes, yo recortaba todo lo del teatro y lo iba pegando en un cuadernito. 

A los 9 años le dije a mi mamá que quería ir a probarme al Teatro Municipal. Mi mamá se puso a llorar a mares, porque me decía que yo era muy chiquitita y que esperara un poco. A los 10 insistí, varias veces, hasta que ella me dijo que sí, que me iba a llevar. 

A los 9 años le dije a mi mamá que quería ir a probarme al Teatro Municipal. Mi mamá se puso a llorar a mares, porque me decía que yo era muy chiquitita y que esperara un poco. A los 10 insistí.
Vine entonces a audicionar a la escuela de ballet del Teatro. Volví a Tomé y a los días llamaron al teléfono del almacén de la esquina, que era el número que habíamos dejado, para decir que estaba aceptada. Regresé con mi mamá a Santiago, recuerdo estar las dos en la calle San Antonio, abrazadas, saltando, tan felices. 

Me tuve que instalar en Santiago, con mi abuela materna que vivía en Avenida Matta. Ella tenía un carácter difícil, era fría y yo era una niña regalona. Pero tuvo el buen corazón de recibirme. Aprendí a tomar locomoción, empecé en un nuevo colegio y tenía que ir todos los días a la escuela de ballet, que cada seis meses hacía exámenes. Era muy demandante y yo le dedicaba trabajo. Quería cumplir mi sueño.

Dos años después, mi madre y mi hermana se vinieron a Santiago. Mi hermana era deportista de alto rendimiento y vino a una escuela de talentos. Dos años más tarde se vino mi papá, que pidió su traslado. La familia completa de nuevo. 
 

“Me sentí en las nubes”

Cuando tenía 16, se me cruzó un angelito, como yo le digo. Iván Nagy (entonces director del ballet del Teatro Municipal) me vio en una presentación y se fijó en mí, creo que fue en la ópera Sansón y Dalila. Yo era alta, delgada y me encanta interpretar en el escenario. Nagy vio algo en mí. Me llamó a su oficina y yo estaba aterrada. Me ofrecieron contrato de pre-aspirante en el cuerpo de baile. Me sentí en las nubes.

Una pre-aspirante debe aprenderse todo, porque reemplazas a la que se enferma, a la que se siente mal o lo que sea. Es como estar en la banca y en cualquier momento te llaman. En ese tiempo hice mi primer viaje en avión, a Nueva York. ¡Yo que sólo había viajado en bus de Tomé a Santiago!

Un año después subí a aspirante. Y al año siguiente a eso firmé mi contrato como integrante estable del cuerpo de baile. Llamé a mi mamá desde esos teléfonos que metías monedas: ‘Lo logré, lo logré, lo logré’, le decía. Mi primer ballet en esa posición fue Cascanueces. 

Hay muchos personajes fuertes de los que me enamoré durante esos años de bailarina. Recuerdo dos brujas que me marcaron maravillosamente. Una bruja en el ballet La Sílfide, un rol que generalmente hace un hombre. Nagy decidió que lo hiciera yo. Me poseí de ese papel de malvada. Bajé como diez kilos de la pura intensidad y tratar de sentirme mala. Una bailarina también tiene que ser actriz. 

La otra bruja es de La Bella Durmiente. Estudié sobre la maldad, para ver cómo se sentía y construir a ese personaje, porque yo no tengo eso en el ADN. Yo soy sensible, un corazón blandito. 
Edymar Acevedo, de traje azul, en dos escenas del ballet Nijinska: secreto de la vanguardia.
 

“¿Qué sigue ahora?”

Decidí retirarme en 2008. Una tiene que ser honesta con una misma. Llegas a una edad en que ya no tienes ni la energía ni la musculatura que se necesita y no puedes hacer lo que hacen las demás. Lo sentía física y mentalmente también. Siempre dije que quería ser noble y retirarme dignamente. Y eso hice. Me despedí con el ballet Salomé, de Jaime Pinto. Tenía 39 años. 

No es raro que una bailarina se retire a esa edad. Empiezas muy pequeña. Varias han tenido además operaciones o lesiones. Son cuerpos sometidos a entrenamientos rigurosos, porque es tu herramienta de trabajo. Tus piernas, tus tobillos, tus pies, tu espalda. En el caso de las mujeres, estamos muy exigidas por el trabajo de las puntas. 

No es raro que una bailarina se retire a esa edad. Empiezas muy pequeña. Varias han tenido además operaciones o lesiones.
Retirarme no trajo ninguna depresión. Cerré un ciclo que fue súper bueno. Yo, en paralelo a ser bailarina, había sido maestra de niños en la escuela de ballet y seguí en eso. Viajé también a dar clases en escuelas de provincia, como a la que yo fui en Tomé de niña. Después tuve mi academia, que era inclusiva para niños con discapacidades. La cerré en la pandemia.

El año pasado me llamaron del Teatro Municipal para tener una reunión presencial. Qué raro, pensé. Fui y la directora del Teatro (Carmen Gloria Larenas) y Luis Ortigoza (entonces director del ballet) me dieron esta noticia: querían que fuera protagonista de esta obra que era estreno mundial, sobre la vida de la bailarina y coreógrafa rusa. Necesitaban a una bailarina sobre los 50, que interpretara como actriz. Quedé, una vez más, con la boca abierta, en las nubes. Acepté de inmediato. 

Empecé a construir a Nijinska, a leer sobre ella, ver fotos. Nos reunimos durante meses por Zoom con la coreógrafa de la obra (la española Avatara Ayuso). Empezamos los ensayos presenciales un mes antes del estreno. El primer día terminé hasta deshidratada. 

No puedo decir que no estaba asustada, habían pasado 15 años desde que me fui del Teatro… Pero empecé a prepararme. Ejercicios, pilates. Jamás me imaginé que a los 54 iba a volver, entonces lo tenía que dar todo y más. 
Necesitaban a una bailarina sobre los 50, que interpretara como actriz. Quedé, una vez más, con la boca abierta, en las nubes. Acepté de inmediato. 
Cuando terminó la última función, no lo podía creer. El teatro lleno, todo el mundo aplaudiendo. Me había reencontrado con la gente del teatro. Me trataron como a una reina.

Por eso, cuando la obra ya había terminado y estábamos agradeciendo al público sobre el escenario, usé el mismo gesto que había utilizado para Nijinska: poner ambas manos sobre el corazón y marcar en grande los latidos. Para decir gracias, aquí estoy y estoy viva.

¿Qué sigue ahora? Se lo dejo al universo. Si me llaman, maravilloso. Si no, me voy viva, con el corazón latiendo”.

La difícil decisión de dejar el escenario
La directora del Teatro Municipal, Carmen Gloria Larenas, dice que el regreso de una bailarina después de tantos años de su retiro es poco frecuente. Pero sucede, como en el caso de Edymar Acevedo. “Ella se conserva perfecto y este papel le quedaba como anillo al dedo.

Edymar siempre fue una bailarina que estuvo muy presente en roles de carácter. Tiene facilidad para meterse en la piel de un personaje, no sólo en movimiento y danza, sino cuando se requiere interpretación. No trató de ponerse a bailar en el escenario a los 54 años, entendió que no venía a recuperar técnica ni despliegue virtuoso antiguos, sino a reencontrarse con la danza a través de la interpretación”.

En el retiro de los bailarines, explica Larenas, los 40 años parece ser una edad marco, pero hay distintas situaciones. Por ejemplo cómo ha conservado su cuerpo durante su carrera, las lesiones, las cirugías. Los países manejan diferentes criterios: compañías como La Ópera de París tienen un reglamento que establece que a los 42 años deben dar un paso al costado, mientras que en el Royal Ballet de Londres no hay edad límite.

“Lo que es cierto es que hay un momento en que el cuerpo ya no es el de antes y ahí debiera tomarse la decisión. Pero siempre es difícil despegarse del escenario”, comenta.

“De las carreras artísticas, el ballet es probablemente la más ingrata. Porque termina temprano, pero tampoco a una edad en la que te puedes reinventar fácilmente. Es difícil saber qué vas a hacer. Por eso hay que profesionalizar la carrera de los bailarines para irlos preparando para una carrera docente, por ejemplo. Es importante visualizarlo con tiempo”, finaliza.

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